— Cuanto más grande sea un país democrático más mediocres tienen que ser sus gobernantes: son elegidos por más gente.
— Para oprimir al pueblo es necesario suprimir en nombre del pueblo lo que se distinga del pueblo.
— El pueblo no se convierte a la religión que predica una minoría militante, sino a la que impone una minoría militar. Cristianismo o Islamismo lo supieron; el comunismo lo sabe.
— Nadar contra la corriente no es necedad si las aguas corren hacia cataratas.
— La negación radical de la religión es la más dogmática de las posiciones religiosas.
— La imparcialidad es a veces simple insensibilidad…
— Ser de “derecho divino” limitaba al monarca; el “mandatario del pueblo” es el representante de la Tiranía Absoluta.
— La izquierda llama derechista a gente situada meramente a su derecha. El reaccionario no está a la derecha de la izquierda, sino enfrente.
— Los períodos de tolerancia le sirven a la humanidad para forjarse una intolerancia nueva.
— Donde todos se creen con derecho a mandar, todos acaban prefiriendo que uno solo mande. El tirano libera a cada individuo de la tiranía del vecino.
— El alma naturalmente demócrata siente que ni sus defectos, ni sus vicios, ni sus crímenes, afectan su excelencia substancial. El reaccionario, en cambio, siente que toda corrupción fermenta en su alma.
— El izquierdista se niega obviamente a entender que las conclusiones del pensamiento burgués son los principios del pensamiento de izquierda.
— Hablar de “madurez política” de un pueblo es propio de inteligencias inmaduras.
— El reaccionario no aspira a que se retroceda, sino a que se cambie de rumbo. El pasado que admira no es meta sino ejemplificación de sus sueños.
— A los enemigos del sufragio universal no deja de sorprendernos el entusiasmo que despierta la elección de un puñado de incapaces por un acervo de incompetentes.
— La legislación que protege minuciosamente la libertad estrangula las libertades.
— Más repulsivo que el futuro que los progresistas involuntariamente preparan, es el futuro con que sueñan.
— Ni la religión se originó en la urgencia de asegurar la solidaridad social, ni las catedrales fueron construidas para fomentar el turismo.
— Nuestra última esperanza está en la injusticia de Dios.